
Era un jugador, simplemente. Cuando perdió todos sus bienes personales, la vorágine de la enfermedad le hizo perder la razón. El juego le jugó en contra. Y no era la primera vez, sí la última.
Así apostó la vida de su hija…perdió. Muriel fue secuestrada esa misma noche, cuando volvía de una fiesta, sola.
En Misiones fue prostituida a la fuerza. Prometió vengarse del padre ,después de poco tiempo y muchos hombres sobre su cuerpo ya debilitado y degradado.
El jugador, abrasado por la culpa aterradora y los fantasmas, decidió jugar su última carta; así ganó la libertad de su hija, a cambio de la mercancía más preciada. Su vida se apagó para que los tratantes de blancas vendieran todos sus órganos vitales. Ganó la partida.
Hoy Muriel es una jefa de familia ( encargada de regentear los prostíbulos más importantes de la zona de Goya, allá en Corrientes). Mafia muy pestilente.
La familia del placer y la bajeza más indigna. El jugador descansa en un jarrón que Muriel conserva en la parte más alta de la sala principal de su oficina. Descansa feliz, sabiendo que el juego continúa, feliz de que su sangre sigue al servicio del ludo de vidas propias y ajenas.
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