sábado, 30 de abril de 2011

En cuanto fui a la casa de Luis, estaba ya convencido de que sólo era un alma que se debatía en una lucha desigual por seguir habitando un cuerpo débil, como el pobre que se empecina en habitar una casa que irremediablemente se derrumba sobre él, una casa que pronto va a ser terreno cubierto de maleza, como una tumba adornada con flores e invadida con pasto que crecerá silvestre.
Si sólo es que vivir se trata de salir a divertirse, hasta el espíritu más miserable quiere dejar su sello borroneado, una huella indedeble e innotable quizá, sólo para ser reconocida por un círculo pequeño de compañeros de ruta.
Volviendo a la cuestión del caso, Luis sabía que sus palabras eran una cuenta regresiva de sus voces últimas, y ya lo material se fundiría en un caos ordenado del cual nos haríamos cargo unos pocos deudos, con el único deber de registrar sus huellas hechas pasado.
-Diego, andá a comprarme cigarrillos-
-¿Y por qué fuma éste si le hace mal?.
-Es que ya no le hace importancia, que haga lo que quiera, total irremediablemente espera la muerte. ¿qué más da? Debía haberse acordado antes de ser prudente.
Escribí su réquiem en vida, sólo para que no lo lea, ya que sería espantoso ver su resignación recargada de un gusto de hiel amarga y plácida, de entrega y de final inexpugnable.
Por eso sólo lo colocaré, a suerte de epitafio artístico, a fin de rescatar sus últimas risas débiles, a fin de seguir con mi vida y tratar de llegar el día en que me toque, a poder entregarme sin resentimientos ni envidias a los que siguen el camino, sólo agradeciendo el haber pisado lo suficiente para dejar una huella imborrable, para el amor de los que siguen manteniendo en la vida desde voces ajenas, mi nombre.

jueves, 7 de abril de 2011

Inconmensura de la Dama Negra que pasea
envuelta en su traje pestilente de Muerte fatigada.
Entre las calles vomitadas de miseria
rujen los crujidos de las criaturas cegadas de tanta Noche.
Inmísera, inhumana y despiadadamente inanimalizada
salta sobre los pozos de las mentes prisioneras,
puertas tapiadas como féretros sellados de tanto aliento seco,
mundos pequeños entre luchas fundidas
hechas orines de fieras mansas,
sometidas por su propia podredumbre lenta
despacio, inexorablemente volviendo,
hasta la nada insignificante del hastío eterno.