miércoles, 1 de septiembre de 2010

Llueven costillas
punteagudas, fecundando
y tiñendo en metal
la espesura del cielo,
desde la estrechez perdida
de esta oscura selva retratada.
Minúscula ráfaga
hace vacilar despacio la seda
sobre el cristal lacrimoso,
que invita a entrar
el aroma de las hojas resucitadas.
rebrote sobre un semblante puro,
aterciopeladas celosías
debajo de la tibia frente.
¿habrá piel suave
que se atreva
a desear herir al sueño,
que reposa sin mirar
al astro entristecido?

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