Probé enviciado y ya sin saberlo
el gusto de su sangre, sumergido y cegado
en lo magnánimo de mi interior tortuoso, resollante.
Luces agazapadas observan
desde las trincheras del campo
nevado de almas agonizantes,
raíces despellejadas, heridas
por los filos de las estrellas bombardeando
la Sacratísima Tiniebla.
Lujuria desmembrada, esparcida en tierra seca
salpicada en vivas manchas
dejando huir a su alma impudorosa.
Sus huellas , invisibles, retumbando
sobre el filo fosforescente, gris
que hieren la altura vestida de Noche,
sombra de árbol insignificante
como la soledad olvidada de un espantapájaros
crucificado en tierra estéril.
Toda réplica de alma reseca
aquí se cuece al sol sin ya saberlo,
mientras la Noche, inexorable,
ya los ha olvidado.
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